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El curioso viaje de uno de los tesoros más impresionantes de la península ibérica
La joyería actual es un arte sutil. La comodidad prima sobre lo ostentoso, y ni siquiera los reyes portan ahora las exageradas coronas con las que los vemos en las pelis históricas, o hasta en los naipes de la baraja española.
Pero antaño no se andaban con tantas sutilezas. Si uno tenía joyas, tenían que ser extraordinariamente lujosas. Aunque no las fuera a ver nadie más que su dueño, o a utilizarse en alguna ceremonia puntual.
En España tenemos varios ejemplos de tesoros reales o eclesiásticos, y para mí, algunos de los más interesantes y atractivos son los tesoros visigodos. Hoy os quiero hablar del tesoro de Guarrazar, no solo por lo espléndido de sus piezas, sino por los azares que pasaron hasta llegar a sus actuales residencias.
Descubrimiento y tragedia del tesoro de Guarrazar
Como tantos tesoros y cultura material del pasado, el tesoro de Guarrazar se descubrió por casualidad. Fue a mediados del siglo XIX, gracias a una tormenta. Un aguacero tan exagerado, que provocó un desmoronamiento del terreno en unas huertas de la localidad toledana de Guadamur: las huertas de Guarrazar.
Cuando fueron a comprobar los desperfectos, descubrieron que el corrimiento había dejado al descubierto un conjunto de tumbas. ¿Y qué es lo primero que haces cuando vas a buscar tus tomates, y te encuentras una tumba medieval? Pues está claro: abrirla a ver que hay.
Hallaron un bloque de hormigón, y cuando lo abrieron, descubrieron que escondía cruces, coronas, cinturones, y otras piezas de oro y joyas de extraordinaria belleza.
Asombrados por el descubrimientos, se las llevaron a un platero de Toledo. ¿Buena idea? Pues no demasiado, la verdad. A éste no se le ocurrió otra cosa que fundir la mitad de las piezas. Y la otra mitad, la vendieron al primero que pasó por ahí con algo de dinero en los bolsillos.
Por suerte, fue un soldado francés, quizá ilustrado, y con mayor sensibilidad histórica, que las vendió al Museo de Cluny, donde pudieron estudiarlas a fondo.
Y claro, los descubridores pensaron que donde habían encontrado aquello tan valioso, bien podían encontrar más. Y las hallaron, y esta vez se las vendieron a la reina Isabel II, y luego ya fue la real Academia de la Historia, por orden del gobierno, la que se puso a excavar hasta dar con todo el conjunto: un viejo monasterio visigodo, y un tesoro impresionante compuesto por:
- Cinco o seis coronas de oro sencillas
- Dos coronas especialmente ricas, de los reyes Recesvinto y Suintila
- Cruces votivas
- Eslabones
- Cinturones
La mayor parte de las piezas son/eran de oro, engastadas con zafiros, granates, perlas y otras joyas de las que enseguida hablaremos. Y como puedes ver en la imagen completa de la corona de Recesvinto, también las coronas son votivas: es decir, que no se llevaban en la cabeza, sino que se entregaban a la iglesia como ofrenda:
Tesoro de Guarrazar. Una de las coronas votivas
Ésta es la pieza más espectacular de la colección, y junto a la de Suintila, fueron de las piezas que llegaron a París con el soldado que las compró. El único problema es que en el museo de Cluny quisieron restaurarlas, y en aquel entonces, el arte de la restauración no era tanto “recuperemos cómo era originalmente”, sino “rehagámosla como a nosotros nos gustaría que fuera”. Así que tras la restauración salieron bastante cambiadas: la cruz colgante que luce hoy no es original, en su lugar llevaba una fíbula.
Tesoro de Guarrazar. Gran Cruz de Guarraza
Aquí podéis ver los maravillosos detalles de orfebrería de la Gran Cruz.
El robo del tesoro Guarrazar y su inmenso valor material
Así que parte del tesoro se fundió, y otra parte, la restauraron como les dio la gana. Dos oportunidades perdidas para conocer en profundidad y con exactitud el arte visigodo, si bien lo esencial permanece.
Pero aún quedaban más desgracias por ocurrirle al tesoro de Guarrazar.
Las mejores piezas que estaba en Cluny, como las coronas de Recesvinto y Suintila, fueron recuperadas por España, y se guardaron en la Armería Real. Y en 1921, entraron a robar.
Tal cual.
Se llevaron la corona de Suintila, y otras piezas y cinturones, que jamás han sido encontrados, y que algún coleccionista sin escrúpulos debe tener guardados en su casa, si es que no se han perdido para siempre.
Y es que aunque se trate de un tesoro histórico, sigue siendo un tesoro, es decir, una colección de joyas extremadamente lujosas, hechas con los metales más nobles, y con las piedras preciosas más extraordinarias.
Tesoro de Guarrazar. Cruz votiva
Entre ellas:
- Cientos de perlas y piezas de nácar.
- Cientos de vidrios tintados de verde, azul, rojo, etc.
- Cientos de granates diminutos
- Corderitas
- Esmeraldas
- Amatistas
- Y muchas otras, aunque tenemos que destacar los 243 zafiros azules.
Y destaco los zafiros porque el estudio gemológico los ha identificado como procedentes… ¡de la antigua Ceilán, lo que actualmente es Sri Lanka!
Solemos pensar que en la Edad Media, y más en esas épocas tan remotas de los siglox VI y VII, la movilidad y el comercio de productos no era mucho, pero fijaos de cuán lejos llegaron estos zafiros, para que el rey Recesvinto los ordenara engastar en la lujosa corona que iba a entregar como ofrenda.
Y es que la pasión por las joyas lleva a veces a extremos insospechados. Hoy no se fabricarán piezas como las del tesoro de Guarrazar. Pero al menos tenemos lo que queda, para poder admirar el increíble trabajo de joyería y orfebrería que desarrollaron nuestros antepasados visigodos.